De la Guerra Civil Española se han contado y se seguirán contando muchas historias. Cuando se habla del papel que la mujer desarrolló en ella se suele hacer hincapié, muy probablemente de un modo excesivamente simplista, en que la división en dos bandos se reflejó también en la asunción de dos tipos de roles por parte de las mujeres españolas de aquel tiempo.
Esa visión simplista ha resaltado, entre las filas de quienes permanecieron fieles al régimen republicano, la figura de las milicianas, mujeres que, en lugar de permanecer en la retaguardia, decidieron empuñar el fusil y marchar al frente a combatir contra el enemigo.
Frente a ellas, en el bando golpista, estaban las mujeres que ajustaban su rol al papel que tradicionalmente ha desarrollado la mujer en toda guerra, es decir: cuidar de los enfermos, velar por el hogar y esperar el regreso del novio o del marido.
Sin duda, esta visión simplista sobre el rol que la mujer desempeñó durante la contienda es una visión sin matices. No en vano, muchas mujeres, al igual que muchos hombres, quedaron “atrapadas” en un territorio controlado por el bando que no se correspondía con sus ideas.
Así, mujeres con pensamientos de izquierdas quedaron atrapadas en la zona franquista y mujeres de pensamiento más tradicional se vieron condenadas a vivir en territorios en los que las ideas comunistas y anarquistas se habían impuesto a las más tibias y centradas ideas republicanas.
Esta visión simplista dejó fuera de su mirar a muchas mujeres que no se ajustaban a los roles descritos y entre dichas mujeres hay que señalar a las prostitutas. El historiador Francisco Martínez Hoyos, que ha estudiado los prostíbulos durante la Guerra Civil, ha intentado paliar ese silencio para explicarnos cómo vivían las prostitutas durante la Guerra Civil.
Guerra Civil: más prostitutas y más variadas
En primer lugar, Martínez Hoyos destaca cómo la Guerra Civil hizo aumentar el número de prostitutas en ciudades como Barcelona. No en vano, muchas mujeres que habían emigrado recientemente a las grandes ciudades buscando trabajo se vieron, de golpe, sin posibilidad de trabajar porque la guerra había fracturado la economía del país y muchas empresas habían quebrado o, directamente, habían sido expropiadas.
Esas mujeres, desprovistas de la posibilidad de encontrar un trabajo que les permitiera ganarse la vida, se vieron abocadas al ejercicio de la prostitución. El incremento de la prostitución en las grandes ciudades durante los años que duró contienda fue tan notable que, según cifras aportadas por el propio Martínez Hoyos, en Barcelona aumentó el número de prostitutas en un 40%.
Los estudios realizados por este autor han servido para conocer cómo se buscaron trabajadoras sexuales según su nacionalidad para, así, poder dar servicio a los hombres que participaron en la guerra según fuera la nacionalidad de éstos. No en vano, fueron muchos los hombres de diversas nacionalidades que participaron en la Guerra Civil Española. Si en el bando franquista podemos encontrar a un largo listado de alemanes, italianos y, por supuesto, marroquíes; en el republicano podemos encontrar, aparte de rusos llegados directamente de la Unión Soviética, integrantes de las Brigadas Internacionales llegados casi desde todos los rincones del planeta.
Así, Martínez Hoyos ha resaltado cómo, durante la Guerra Civil, se buscaron prostitutas marroquíes para dar servicio a las tropas africanas que luchaban junto al General Franco y se abrieron “prostíbulos específicos” para clientes alemanes de la Legión Cóndor.
Como en cualquier otro momento de la historia, en España, durante la Guerra Civil, existieron prostíbulos de categoría muy diversa y prostitutas de muy distinta clase. Desde las llamadas “pajilleras” que, en lugares como los cines, masturbaban a los espectadores por una muy módica cantidad de dinero, hasta las prostitutas de lujo, fueron muy diversos los tipos de trabajadoras sexuales que ejercieron la prostitución de muy distinta forma.
Guerra, prostitución y ETS
Hablar de la prostitución durante la Guerra Civil española es hablar tambié, de la proliferación de enfermedades de transmisión sexual (ETS). La sífilis, por ejemplo, se convirtió en un verdadero problema social. En algunos lugares, los pacientes infectados por esta enfermedad venérea se triplicaron. De hecho, se llegó a afirmar en aquellos años que la sífilis había causado más bajas que las balas del enemigo.
Ante la proliferación de las ETS, las autoridades de uno y otro bando impulsaron campañas advirtiendo de los riesgos de practicar el sexo sin prevención o en determinadas condiciones de higiene. Estas campañas, consistentes en la publicación de panfletos y artículos de prensa, así como en la colocación de carteles y en la emisión de cuñas publicitarias, no tuvieron excesiva repercusión entre las tropas de ambos bandos.
En estas campañas, y en especial en las que se impulsaban desde el llamado “bando nacional”, se culpabilizaba a las trabajadoras sexuales de la proliferación de las ETS y se descargaba de culpa a sus clientes como si éstos no hubieran sido responsables en buena medida de que la sífilis se extendiera como se extendió durante la Guerra Civil. Y es que no fueron pocos los hombres que decidieron infectarse para, así, no tener que ir al frente.
Los estudios realizados por Martínez Hoyos demuestran cómo el ejercito republicano tuvo que tomar medidas antes de la célebre batalla del Ebro, la que más bajas causó durante toda la Guerra Civil, ante el incremento del número de infectados.
Las autoridades del bando republicano, para evitar que las enfermedades venéreas siguieran diezmando las tropas de su ejército, decidieron inspeccionar los burdeles existentes, cerrar los abiertos ilegalmente y amenazar a los infectados por alguna ETS con medidas disciplinarias. Estas medidas disciplinarias oscilaban desde penas de prisión de entre un mes y veinte años hasta la ejecución de aquellos infectados que fueran reincidentes.
Dentro del bando republicano surgió la primera corriente abolicionista respecto a la prostitución. Feministas y anarquistas resaltaron cómo el ejercicio de la prostitución y el rol que la mujer debía desempeñar al ejercer dicha profesión entraba en contradicción directamente con el proyecto emancipador para la mujer que preconizaban estas ideologías. Organizaciones como Mujeres Libres, por ejemplo, intentaron llevar esta forma de pensar a la práctica promoviendo la reinserción social de todas aquellas mujeres que abandonaran la prostitución. Las estadísticas dicen que muy pocas (una de cada diez) lo consiguieron o lo aceptaron.
Por su parte, en el bando franquista se impusieron controles destinados a inspeccionar la salud sexual de las prostitutas para, así, aislar a aquéllas que padecieran sífilis o gonorrea, las dos enfermedades venéreas más comunes en la época.
Haciendo ejercicios de equilibrios sobre la cuerda floja de la hipocresía moral, la doctrina imperante en el bando franquista, una moral tradicionalmente cristiana y represora de todo lo que no tuviera que ver con el mantenimiento de relaciones sexuales dentro del matrimonio y destinadas a la procreación, consideraba la prostitución y su ejercicio un “mal menor” que, en tiempos de guerra, garantizaban la dignidad de las llamadas “mujeres decentes”, es decir: las mujeres vírgenes que debían conservar su virginidad hasta el matrimonio.